Según la Real Academia Española, feo es algo desprovisto de belleza, que causa desagrado o aversión, de aspecto malo o desfavorable.
Feo es el título que Soledad Lavagna le puso a su libro, un melodrama juvenil que muestra los diferentes caminos recorridos por dos muchachos que van llegando a la adultez. Y es un título muy adecuado, ya que ese paso a la adultez está desprovisto de belleza, nos produce desagrado y muchas veces es desfavorable en relación a nuestros sueños.
Pero la obra es bella, agrada a la vista, es equilibrada y hasta sofisticada en sus reflexiones. Reflexiones que en la imaginación de sus personajes se traducen en cartas que nunca se envían y que de cierto modo construyen la imagen del otro.
Ese otro que en forma plástica y literal, reúne todos los estereotipos de imagen y léxico.
Para Lucas, el otro es Martín, un joven con su vida estructurada y organizada de acuerdo a lo que debe ser.
Para Martín, el otro es Lucas alguien a quien no entiende porque vive en una situación de desapego, casi de plena libertad.
Lucas es un joven que viste ropa usada y todo lo de valor que posee ocupa el espacio de su mochila, mientras que Martin ocupa grandes espacios con sus preciadas e imprescindibles pertenencias.
La calidad del dibujo y la sutileza del diálogo nos hace olvidar que estamos ante una historieta, en cuanto a conjunto de dibujos que constituyen un relato.
Pero no es cualquier relato, no es cualquier conjunto de dibujos.
Son Lucas y Martin, que a través de la mano de su creadora, nos regalan un instante brillante: el intento de Lucas por mostrarle a Martin que la vida es otra cosa, le pide que mire el cielo, durante una profunda noche estrellada y le dice: te presento al universo, pedile lo que quieras.
Yo acepto la propuesta de Lucas. Le pido al Universo que sigan surgiendo artistas que nos deleiten con sus creaciones y nos permitan apreciar cuan frágiles y finitos somos, excepto cuando el arte nos invade.