Cuando tenía 5 años, mi padre enfermó y al poco tiempo falleció. Es difícil medir el tiempo a esa edad, para mí fue como un día verlo enfermo y a la semana no verlo más. Se que fue diferente. Que empezó a estar mal luego de su cumpleaños -en el mes de septiembre- y falleció el 8 de diciembre. Pero la sensación de lo inmediato la atribuyo a mi imposibilidad de medir entonces el tiempo.
Fue llevado a la bóveda familiar, construcción que aún hoy como adulta encuentro siniestra. Y por ello, cuando crecí, le pedí a mi madre trasladar los restos de mi padre a un lugar diferente.
Y hoy estoy feliz de haberlo hecho, porque en el día del padre o en el momento que necesito ir, me puedo sentar en el pasto y mirar el cielo, como cuando lo hacíamos juntos mientras remontábamos barriletes.
La obra de Alejandra Veglio es en gran parte un viaje. A través de Sudestada, llevó su obra a donde siente debería haber estado siempre.
Punta Negra y sus piedras, son el punto de partida para la travesía. Desde Necochea viajaron a Rosario, donde Veglio se formó en Artes Visuales y donde el río, a diferencia del mar, fue su compañero.
No fue sencillo encontrar las piedras, ni las palas, ni las grúas para poder comenzar a trabajar; como nunca es sencillo cuando se toman decisiones que marcarán un antes y un después en nuestras vidas.
Interesada en crear un registro de lo que supo ser a través de cada una de sus obras, la intención de Veglio sugiere la necesidad de trascender no a la materialidad, pero sí al tiempo. Transformando cada obra en una huella de lo acontecido.
Como el viento que llega con lluvias fuertes, la sudestada que se genera en el Río de la Plata tiene puntos en común con el proceso que requirió la creación de su obra.
Alejandra Veglio tomó el desafío y llevó Sudestada al lugar donde debería estar.