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LABERINTOS

Hubo en Creta un laberinto del cual el valiente Teseo pudo salir victorioso. Su misión era vencer al Minotauro que se encontraba allí dentro.


Preocupada por el destino de su amado, Ariadna le dio un ovillo y ató uno de sus extremos a la puerta de ingreso. Mientras se adentraba en el laberinto, Teseo se sentía seguro: el ovillo se deshacía, pero al desandar lo andado, el hilo volvería a formarlo y con él estaría a salvo.


En la obra de Jorge Luis Borges, el laberinto es recurrente, no siempre como imagen, pero sí como construcción literaria. Era su modo de pensar el impensable infinito. Prueba de ello es lo que sucede en Los dos reyes y los dos laberintos donde los laberintos son explícitamente detallados y al mismo tiempo simbolizan un plano superior.


A diferencia de los reyes del cuento de Borges, aquí los artistas no buscan confundir, lo que Ernesto Pesce y Juan Cavallero nos proponen en sus Laberintos es compartir una búsqueda.


El laberinto que ocupa la atención de Ernesto Pesce es el de la Catedral de Chartres o al menos ese fue el comienzo. Luego busco a Platon en los laberintos sumergidos de la Atlántida y más tarde a Hokusai en los laberintos del Monte Fuji. Su investigación resulta en las obras que nos acercan posibles respuestas a estas búsquedas, posibles salidas a esos laberintos.


Katsuhika Hokusai (1760-1849) realizó la serie de obras que retratan al monte Fuji desde diferentes perspectivas, bajo distintas estaciones del año y diversas condiciones climáticas. Quizás ese fue su laberinto: intentar reflejar todas las opciones posibles de un mismo paisaje.


Retomando esa búsqueda, Pesce ofrece una conexión Oriente-Occidente a través de su obra, donde al igual que el Rey de los árabes del cuento de Borges, su laberinto es el espacio. Espacio azul como el infinito del cosmos de donde no podemos salir.


Por su parte, Juan Cavallero presenta un laberinto de interferencias, donde sus trazos, sus colores y sus formas buscan salir a la superficie desde un soporte tan accesible como popular: cartón. Más exactamente cajas de cartón. Las que antes de ser el soporte de sus obras, fueron embalaje o contención de un objeto.


¿Quedará en su textura algo de aquella función? Quizás la nueva vida que toman a través de la intervención artística las exima de ello y les permita conformar algo mayor: un laberinto arquitectónico donde perderse y encontrarse.


Lo curioso de los laberintos es su condición de paradoja: los construimos para perdernos, para tratar de encontrar una salida desde su interior, cuando en realidad ni siquiera debieramos de haber ingresado. Pero lo hacemos, por una necesidad evidente de replicar el caos en el cual vivimos y una intención de probarnos a nosotros mismos que podemos ser mejores al salir de él.


Gabriel García Marquez en El General en su labearinto describe a modo de diario “… 10 de diciembre: dicta el testamento y la última proclama. Ante la insistencia del médico para que se confiese y reciba los sacramentos, Bolívar dice: ¿Qué es esto? ¿Estaré tan mal para que se me hable de testamento y de confesarme? ¡Cómo saldré yo de este laberinto! 17 de diciembre: muere en la quinta de San Pedro Alejandrino, rodeado de muy pocos amigos.”


Si la mitología, la literatura, la arquitectura y ahora el arte nos adentran en estas construcciones caóticas -donde el raciocinio, lo único que nos diferencia del resto de los animales es lo que nos permite salir- ¿qué será lo que nos subyuga de esa inmensidad?


¿Serán los laberintos una forma de sentir que podemos dominar el infinito y alejarnos así de la finitud de nuestras vidas?


Pesce y Cavallero a través de sus obras nos dejan creerlo, al menos mientras estemos dentro de sus Laberintos.

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