Plinio el Joven fue testigo de la terrible erupción del Vesubio en el año 79. Entre sus famosas cartas reunidas en Epistulae, dos de ellas dirigidas a su amigo Tacito dan cuenta de la conmoción que produjo en él este acontecimiento. Las escribió con la intención de que generaciones futuras conociéramos lo sucedido al tiempo que fuese preservada la actitud de su tío Plinio el Viejo quien en su sabiduría, en lugar de huir ante el inminente peligro, decidió adentrarse en él.
“...Los edificios de los alrededores estaban tan agrietados que en aquel lugar descubierto y angosto el miedo crecía por momentos. Al llegar al campo nos paramos. Nos sorprendían muchas cosas dignas de admiración y de temor. Entre otras, ocurría que los vehículos que habíamos ordenado que nos precedieran, a pesar de estar en un campo llanísimo, emprendían diversas direcciones y no era posible mantenerlos quietos. Además veíamos que el mar se recogía a sí mismo, como si temiese los temblores de la tierra. La playa se había ensanchado y muchos animales marinos habían quedado en seco sobre la arena. Por otro lado una negra y horrible nube, rasgada por torcidas y vibrantes sacudidas de fuego, se abría en largas grietas de fuego, que semejaban relámpagos, pero eran mayores…”
Shinji Mikamo, sobreviviente de la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre la ciudad de Hiroshima, es una de la voces del documental Hibakusha Stories. Allí describe lo que vivió a las 8:15 del 6 de agosto de 1945: “...De repente me enfrenté a una gigantesca bola de fuego… Luego vino un ruido ensordecedor. Era el sonido del universo explotando…”
A través de objetos de uso cotidiano reunidos en el Hiroshima Memorial Peace Museum, las palabras de Mikamo se transforman en escalofriantes imágenes: un triciclo, un cinturón de un alumno de primer grado y un reloj que se detuvo a la hora exacta en que la ciudad fue destruida junto a la vida de ciento cuarenta mil personas.
El aspecto de estos objetos evoca de algún modo a los hallazgos de las casas en Pompeya donde la erupción del Vesubio tomó por sorpresa a sus habitantes. Cuerpos cubiertos de blanco en gestos que describen quizás la perplejidad ante el último instante que les tocó vivir.
Los restos de Hiroshima y de Pompeya nos sitúan en el contexto de un acontecimiento histórico: el primero evitable, el segundo, totalmente impredecible para su tiempo.
Desde su lugar, cada uno nos despierta preguntas: ¿quién habrá jugado con ese triciclo? ¿Cuál habrá sido la última palabra expresada por un pompeyano?
En Vesubio, Gastón Andreatta nos propone un recorrido entre signos que atestiguan lo que aconteció. Carecemos de información precisa: desconocemos los motivos que llevaron a que los automóviles se constituyan en silenciosos sobrevivientes. Estas máquinas, generadoras de su propia energía para desplazarse bajo la atenta conducción humana, han dejado en evidencia lo que sus guías no fueron capaces de evitar.
En modo profético -ya que Vesubio lleva varios años de producción e investigación- las obras se presentan en sintonía con los protocolos que imponen la pandemia por el COVID-19: un espacio despojado, casi desolado, donde sumergirnos en la búsqueda de respuestas.
Nuestras palabras no le harán la justicia que Plinio el Joven le hizo en sus cartas. Y será difícil que nuestros actos equiparen la valentía que el artista ha demostrado al crear Vesubio. Sin embargo, nos queda tomar la inspiración que nos deja la actitud de Plinio el Viejo y adentrarnos en él sin demora alguna. Porque la fortuna favorece a los fuertes y este es el momento de probarlo.
Cecilia Medina
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