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“… Se ve que muchos de estos rasgos provienen igualmente de la subordinación de la mujer a la especie. He ahí la conclusión más chocante de este examen: de todas las hembras mamíferas, ella es la más profundamente alienada y la que más violentamente rechaza esta alienación; en ninguna de ellas es más imperiosa ni más difícilmente aceptada la esclavización del organismo a la función reproductora: crisis de pubertad y de menopausia, ´maldición´mensual, largo y a menudo difícil embarazo, parto doloroso y en ocasiones peligroso, enfermedades, accidentes, son características de la hembra humana: diríase que su destino se hace tanto más penoso cuanto más se rebela ella contra el mismo al afirmarse como individuo…”

Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”

Ante cualquier trámite, nos piden identificarnos. Más allá de un número social o de un número de documento, es necesario aclarar si se pertenece al sexo masculino o femenino. Ocasionalmente, hay un tercer casillero bajo el título “otro”.

Agénero, andrógino, cisgénero, conformidad de género, disconformidad con el género, disforia de género, expresión de género, género binario, género fluido, genderqueer., identidad de género, identificador de sexo, intersexual, LGBTQ, no binario, orientación sexual, pronombres, queer, supresión de la pubertad, transexual, transgénero.

Identidad es más que un nombre, apellido o número de documento, identidad es también género.

Recientemente, la publicación The National Geographic visitó ochenta hogares en cuatro continentes preguntándoles a los niños cómo el género afecta a sus vidas. Decidieron que los entrevistados tendrían nueve años, ya que a esa edad distinguen el bien del mal y desarrollan sentimientos importantes de empatía y justicia. Al mismo tiempo carecen del conformismo y autocensura propios de la adolescencia y esto permite que hoy puedan alzar su voz y decidir cómo quieren ser, cómo quieren vestirse, qué deporte quieren practicar y qué juego disfrutan de jugar.

En China, Canadá, Kenia o Brasil, los niños no ven su género como impedimento, pero las niñas sí. Ante la pregunta ¿qué es lo peor de ser niña? la respuesta es concluyente: “que te digan que esas no son cosas de niñas”.

Hay un debate sobre género y derechos humanos donde los adultos hablan y deciden. ¿Pero qué opinan los protagonistas del debate?

Enfocándonos en el juego hay un aspecto a destacar. En el caso de Lego, uno de los esparcimientos más conocido mundialmente, existen dos intenciones muy diferenciadas en su función. Para los niños son juegos constructivos, para las niñas actuación. ¿En qué afecta esto al desarrollo intelectual? Los niños desarrollan una inteligencia espacial que les permite una mayor accesibilidad a la ciencia y la tecnología.

800 años antes de Cristo, los niños espartanos eran enviados a los siete años para recibir un entrenamiento militar, el cual incluía forjar vínculos eróticos con varones mayores para fomentar la lealtad en la batalla y resistir golpizas para desarrollar la resistencia.

¿Qué tan lejos estamos hoy de esta situación? Pareciera que a años luz de distancia. Sin embargo, en el caso de la construcción de la identidad masculina encontramos el siguiente ejemplo: Be a man (sé un hombre) es una expresión típica norteamericana utilizada como instrucción u orden para con los varones que demuestran algún atisbo de sensibilidad o debilidad. Es decir, que la construcción de la masculinidad implica necesariamente la ausencia de femineidad. Mostrar las emociones es demostrar debilidad, llorar no está permitido.

Un hombre usa la violencia para resolver los problemas. Un hombre, tendrá que probar a perpetuidad que es hombre-varón-masculino: siendo atlético, musculoso, exitoso económica y sexualmente.

Algunos psicólogos señalan que a consecuencia de ello, en Estados Unidos uno de cada cuatro niños es víctima de bullyng (solo el 30% de ellos lo comenta con un adulto), mientras que en la adolescencia tres o más jóvenes varones se suicidan por día.

¿Qué pasaría si nos liberásemos de lo binario en el género?

Diana Guerra comenzó su investigación enfocada en los espacios personales, en las características únicas e irrepetibles de la intimidad de una persona. Avanzando este proceso, un factor común se reiteraba en los entrevistados: la cuestión de la identidad de género.

GXNDER pregunta en la intimidad y traslada al espacio público la identidad de género.

¿Qué es la feminidad? ¿Qué tanto de lo femenino tiene un varón en su condición heterosexual? ¿Cómo se encuentra a sí mismo en contexto con su contemporaneidad al expresarse en su género? ¿Qué tan mujer es aquella que pese a su género decide no procrear?

Las preguntas tienen respuestas, pero no es el arte quien debe responderlas. Las fotografías de Guerra construyen retratos que nos interpelan, que nos hacen pensar cuánto comprendemos de lo que sucede a nuestro alrededor y en qué medida somos parte de lo que a otros daña. Por acción o por omisión.

Una decisión artística que destaca a la obra de Guerra por sobre otras, es la particular atmósfera que construyó para cada retrato. Entendiendo que cada uno de sus entrevistados reveló ante la cámara su intimidad, agradeció este gesto con marcada individualidad y protagonismo estético.

Parece claro que en la sociedad contemporánea el sistema binario ha dejado de ser suficiente para definirnos.

La fotografía como lenguaje nos permite una comunicación acaso más accesible que las palabras, y GXNDER pretende abrir un diálogo que amplíe la mirada sobre la identidad de género, una elección que debiera ser justa para todos los humanos.

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