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CAVALLERO - PESCE - SMOJE


La responsabilidad del artista


Gallimard editó en 1997 el controversial libro de Jean Clair La responsabilidad del artista Allí el autor se preguntaba si la vanguardia -tal como suele afirmarse- encarna el progreso, incluso la revolución.


Para alguien como Juan Cavallero, a quien por su estilo personal le cuesta identificarse como artista, esta pregunta de Jean Clair no le resulta ajena, porque aunque suela ubicarse como espectador del mundo del arte, su producción lo enmarca en ese universo creativo y cultural.


Centrándonos en sus dibujos, el recorrido que los mismos han tenido describen de algún modo la vida cultural argentina. En los sesenta, fueron afiches de obras de teatro donde se lucía con destreza en al composición. Siguieron tapas de discos e ilustraciones de cuentos infantiles como los de María Elena Walsh.


Hoy, nos costaría entender la sorpresa que vivió al ver su primer dibujo transformado en un objeto funcional. Por un lado, porque las impresoras 3D todo lo hacen posible. Por otro, porque aún recuerda con ternura la propuesta de la empresa que le dijo por primera vez, ¿no te animas a dibujar una canilla?


Si bien esto lo posiciona como diseñador industrial por excelencia, es el dibujo -como lo ha sido siempre- el origen de sus creaciones.

Lo vemos en los cuadernos que lo han acompañado a lo largo de los años, donde borradores de obras que no llegaron a concretarse se mezclan con poemas que nunca serán publicados.


¿Por qué entonces toma con tanta responsabilidad su rol de artista alguien que se niega a ser catalogado como tal? Porque es únicamente la poesía lo que lo salva de este mundo, en especial Trilce y su certeza al sostener, “Busco volver, de golpe en golpe”.





I can have no prescience of the things which yet will come. Mark Rothko´s Papers, 1954



Hace casi dos años, en mi semanal visita a la Librería Menéndez, me topé con los preparativos de la exhibición que inaugurarían próximamente. No era la primera vez que llegaba en medio de este tipo de situaciones. Sin embargo, en esta ocasión se trataba de un artista cuya obra nunca antes había visto personalmente.

Malcrianza de clienta regular, me permitieron quedarme en la sala mientras desembalaban las obras. Por motivos que no podría precisar en este momento, una de ellas captó mi atención: se trataba de una figura en acuarela con un trazo de riguroso negro que contenía en su interior vibrantes puntos rojos, naranjas, amarillos y violetas. Sin dudarlo, pedí que la reserven. Y fue así que al lado de la obra, en pleno montaje colocaron el primer punto rojo de la muestra, tal como si se hubiese escapado desde la mísmisima acuarela.

El 7 de julio de 2016, Oscar Smoje inauguró la exhibición de la serie de acuarelas Imágenes y dos meses después los puntos rojos encontraron un lugar en la pared de mi casa.


Intensas, prolíficas y diversas, las producciones de Smoje tienen en común algo más que la mirada de su autor. Ya sea tinta, acrílico, gráfito, lápiz, cemento, ferrite, pastel tiza o pastel al óleo; el gesto del artista trasciende la materialidad de cada uno de estos elementos. Su trazo, tan único e irrepetible como la huella digital, es al mismo tiempo el carácter que imprime a sus creaciones.


Quizás sea por eso que una vez más una de sus obras me cautiva irremediablemente. Se trata del Homenaje a la modelo de Matisse. En ella, ha trabajado con un palillo de brochette al cual le atribuye el rol de pincel para transformar este reconocimiento a una modelo y musa en una oda al puntillismo.


Autodidacta, heredero de las historias de su abuelo -pintor de murales en Europa- y de su padre -pintor y escultor, Smoje presenta para sus biógrafos un recorrido con alternancias y redefiniciones.


Curiosamente, pensé en un escrito de Mark Rothko de 1954 donde habla de la relación de un individuo con su propio pasado. Allí señala que las obras tienen un significado mayor al mirarlas en el presente de lo que les atribuía en el pasado cuando éstas habían sido producidas. Les reconocía una condición aspiracional a las mismas al considerarlas preludios de sus trabajos presentes. Rothko concluía que carecía de antemano de conocimiento alguno que le permitiese saber en lo que sus obras se convirtirían.


¿Por qué relacionar la obra de Smoje con la reflexión de Rothko? Porque lo creo muy sabio como para aventurar lo que en el futuro puede ver alguien en sus trazos. Porque de seguro emocionarán tanto como ayer, bajo un nuevo significado.





Azul Pesce


A finales del 2015 inauguró en Tokio una tienda de pigmentos, pinceles, papeles y todo tipo de elementos para la creación artística. El local y su diseño eran impecables, los productos infinitos. El personal de atención estaba formado por especialistas en color o en papel que asesoraban sobre el mejor medio para trabajar cada pigmento de acuerdo a la superficie de la obra.


En un primer momento, pensé que estaba ingresando al mundo de los colores y que por esa misma razón allí deberían estar los propios a cada uno los artistas que conozco. Para mi sorpresa, en el área de los azules, no encontré el Azul Pesce.


Me preocupó no hallar un exacto color que coincidiese con los cielos de Pesce. Sin embargo, al recordar la imagen de una de mis obras preferidas -Cosmovisión Porteña- encontré una explicación: nuestro cielo no es como el de Tokio y su falta de azul celeste podría deberse a eso.


Aunque en oriente no veamos el mismo cielo, las constelaciones de Pesce trascienden los límites geográficos planteados por el hombre. Sin duda se trata de una mirada más amplia que la que cada uno pueda tener desde el lugar que habita. Quizás justamente porque en el universo no hay ni migraciones ni aduanas que atravesar.


Pensé entonces que debía de haber otra razón para este error en el mundo perfecto japonés. Atribuí a lo particular del trabajo de Pesce la imposibilidad de hallar el pigmento que lo identifica.


No conforme con esta segunda explicación, busqué ayuda entre los teóricos del arte. John Berger en su libro Sobre el dibujo señala que una línea, una zona de color, no es realmente importante porque registre lo que uno ha visto, sino por lo que le llevará a seguir viendo. Aquí sí me estaba acercando a un punto más sustancial, ¿qué le llevará a seguir viendo a Ernesto Pesce el mundo digital?


Según David Hockney dibujar con una tablet es dibujar sobre vidrio y a diferencia del papel, este no impone resistencia, y lo que es mucho mejor aún no tiene límites.


Quizás sea entonces que Ernesto Pesce ha descubierto el modo de dibujar por siempre, sin límites ni resistencias, con un disfrute pleno en sus colores los cuales son únicos e imposibles de hallar fuera de su obra.

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