En diciembre de 2016 reseñaba para ramona la publicación online del libro “Estado del Arte” de María Paula Zacharías. En el prólogo, Constanza Bertolini le reconocía “su propio y merecido lugar” por no ser despiadada ni complaciente sino seria, con estilo entretenido y dinámico. Estilo que permite disfrutar las entrevistas como si uno estuviese espiando la conversación entre Zacharías y cada artista.
Al releerlas, coincidí con la selección que había hecho para la reseña: el capítulo de los artistas enamorados (Graciela Ieger y Enrique Savio), el de las historias mínimas de artistas enamorados de sus terruños (donde Daniel Fitte afirmaba que “ser artista es un acto de fe”), el de los artistas gestores (Gustavo Nieto y R.A.R.O.) y el de aquellos artistas que viven del arte aunque el arte no pague sus cuentas (Paula Pellejero).
Recientemente, Zacharías no solo concretó la impresión de este libro en papel sino que sumó uno más. Se trata de “Entrevista con el arte” cuyo título atribuye a una imperfecta semejanza con la obra de Oriana Fallaci -Entrevista con la historia- a quien admira por su valentía.
Por su parte, las editoras Eugenia Rodeyro y Victoria Blanco, señalan que en la selección de las entrevistas se buscó un equilibrio de voces femeninas y masculinas, pluralidad de texturas en los textos, una variedad de ramas del arte y un interés común: rescatar del olvido las palabras de los protagonistas, ya que los libros tienen una esperanza mayor de vida que las páginas de un diario.
Este rescate de palabras involucra conceptos, ideas, declaraciones y confesiones que denotan la profundidad de los encuentros.
El último fin de semana he visto a través de la app Kabinett un film dirigido por Liliana Porter que contextualiza y amplifica las palabras de Zacharías. De hecho la entrevista realizada en 2014 inicia con la siguiente línea: “Las obras de Liliana Porter son como ver cine con las luces prendidas.”
Esa coincidencia resulta sumamente interesante porque en el desarrollo del artículo hay muchas señales del modo de construir su obra, el tratamiento de las piezas y su sentido: metáforas del tiempo y de la muerte, que ahora leo de un modo más cinematográfico que plástico.
La intensidad de su vida se lee a través del valor que asigna a la correspondencia que mantuvo con cada integrante de su familia durante sus primeros años en New York, a la relevancia que atribuye al grabado como disciplina en su formación y al cálido recuerdo
que guarda de la mirada transgresora de aquel docente inteligente para la crítica.
Porter utilizó el arte efímero contra el stablishment del mismo modo que Yayoi Kuzama lo hizo con sus happenings. Esa lucha que perseguía ir en contra de un arte como commodity la encontró haciendo exposiciones por correo, construyendo obras que se destruian al momento del cierre de la exhibición y en otros casos, obras que no eran vendibles.
Aún hoy mantiene ese fervor de la batalla. Ante la pregunta: “¿es difícil vivir del arte?” su respuesta es tajante: “Mejor, no vivir del arte”. Porque en algún punto, indefectiblemente, habrá que hacer concesiones para que la obra que se venda más.
Conocer a los artistas es de cierto modo conocer a sus contemporáneos. Este concepto está bien representado en dos ocasiones en el libro. Primero, en la anécdota de Josefina Robirosa y su amistad con Clorindo Testa: “Cloro no hablaba una palabra en toda la visita. Yo le decía que nos juntáramos a callarnos.” Resulta imposible imaginarlos sentados en el taller mudos y quietos, ¿verdad?
El segundo se encuentra en el capítulo de la entrevista a Marcos López. Allí da cuenta de la poética de la precariedad que define su obra, donde reconoce la influencia de Leonardo Favio a propósito del concepto del mantel de hule.
Marcia Schvartz anunciaba que a sus futuros alumnos les diría “¡Sigan pintando y no le den bola a nadie!”, al tiempo que Guillermo Kuitca reconocía que su beca fue un proyecto pedagógico devenido en un encuentro entre colegas.
La sabiduría de Delia Cancela sobre la condición femenina y el estado actual es imperdible; reconoce que se está mucho mejor, pero que se mantiene el mismo tipo de problemas. Y sentencia: “¡Tanta liberación para terminar en un quirófano!” En clara referencia a la obsesión actual con los estándares de belleza y la necesidad de mantenerse joven.
La entrevista a Guillermo Roux tuvo lugar poco tiempo antes de la exhibición que realizara junto a Carlos Alonso en la galería Ro con los dibujos creados a cuatro manos entre Buenos Aires y Unquillo. Allí hablaron sobre la vida y su visión del arte, cuyo concepto encontraba usado al punto de carecer del sentido de trascendencia y parecer vacío de contenido -aludiendo a que la sociedad de consumo prioriza el dinero-. “Más valdría exhibir dinero, ya que sería la expresión justa de nuestro momento.”
Ante la pregunta ¿cómo ayuda el arte a cambiar la realidad?, Julio Le Parc señalaba que esa es una pretensión que nunca se debería tener, porque la realidad es mucho más fuerte. Sin embargo recuerda que en los años 50 y 60 se preguntaba al respecto y encontró el reflejo de la sociedad en la comunidad artística de entonces.
Es importante recordar que su historial de activista -iniciado en su época de estudiante- lo llevó a ser expulsado de Francia por crear afiches en Mayo de 1968, a firmar textos revolucionarios como Guerrilla Cultural, a negarse a participar en la exposición del Grand Palais de 1972 -para denunciar la afinidad de la muestra con el gobierno- y a integrar brigadas antifascitas en contra de las dictaduras de América Latina.
La palabra ética surge por primera vez en el libro durante la entrevista a Claudia Fontes al referirse a su compromiso en la realización de la obra “Reconstrucción del retrato de Pablo Miguez”. Al tiempo que plantea el desafío de la obra, Fontes se interpela sobre qué es ser humano y recuerda la definición de Meter Sloterdijk al describirnos como “la criatura que ha fracasado como animal”.
En esa línea de contundencia se encuentran las palabras de Romulo Macció quien señalaba que el arte supera la barrera del tiempo, ya que el verdadero arte siempre es contemporáneo.
La confesión de Ana Gallardo “creo que soy artista por la necesidad de ser querida”, me recuerda a la declaración realizada por Jeff Koons recogida por la escritora Sara Thornton es su libro 33 artistas en 3 actos. Allí Koons detalla su sufrimiento en la infancia por tener que competir con su hermana Karen, quien lo superaba en belleza e inteligencia, hasta que un día fue felicitado por sus padres por un dibujo que él había creado. Koons refiere que eso le dio una sensación de existir por primera vez, sensación que busca a través de sus obras desde entonces.
Mientras leía ambos libros resonaban en mi memoria las palabras del director de la biblioteca de la Universidad de New York en mi primer día de clases en la Maestría de Tasación de Obras de Arte: “Recuerden que los links desaparecen y que en internet las cosas no siempre perduran. Por eso tienen que saber buscar en la biblioteca; de allí nada desaparece”.
Estas entrevistas, que son huellas de la vida de tantos artistas, conforman la historia del arte contemporáneo y como tal, merecen tener un lugar en cada biblioteca. Gracias a ellas, las historias vividas serán accesibles a las futuras generaciones.