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UN PROYECTO TRAZADO EN PAPEL

Si, como señala John Berger, “dibujar es descubrir” -y esta afirmación es válida para artista y espectador- podríamos decir que Temperamento es la mejor carta de presentación para explorar las creaciones de Marcelo Salvioli.


Los dibujos en carbonilla son de una vitalidad e intensidad a la altura de sus dimensiones. Pero hay algo más sobre el papel; cierto tipo de huellas que escapan a la línea: una caligrafía y algunas marcas de referencia. Allí el acento parece estar puesto en notas al margen: como algún número o frase que el artista escribió en el mismo papel en que dibujaba para evitar interrumpir la inspiración.


La acumulación de líneas, que van tomando formas incompletas en distintos planos, son deliberadamente oscurecidas, un gesto que Salvioli repite donde no quiere que el ojo se detenga. Por oposición, el máximo detalle posible -en la pata de una mesa o en el claroscuro de un torso- son señales de una obra madura y consolidada.


Si se intentase clasificar este tipo de dibujos, podríamos decir que se trata de estudios. Pero la presencia de arquitecturas permite avistar un relato escenográfico. Relato que Guillermo Roux describe como templos seculares que se derrumban conmocionados por temblores que no son de la tierra, el acto final de una tragedia.

Sin pensar en el origen de la destrucción, yo percibí en cada dibujo el límite de lo que Salvioli nos quiere mostrar: un fragmento de la historia contado a partir de lo que quedó en pie.


¿Son tal vez el entorno en ruinas y las figuras fraccionadas pruebas del caótico universo que rodea al artista?

Allí donde los contornos borrosos no dan esperanza de un mundo mejor, los claroscuros señalan lo definible. Y nos desespera la imposibilidad de completar la forma. Salvioli impide al ojo cumplir con un deseo que le es natural. O quizás sea que debemos esforzarnos más y mirar mejor. Porque donde hay vacío, en realidad hay potencialidad de ser.


Sea este o no el caso, es cierto que el dibujo es esencialmente una obra privada, que como señala Berger “solo guarda relación con las propias necesidades del artista”. Quizás en lo encriptado de la cuestión dibujo-artista yace la naturaleza del dibujo: porque lo necesita para sí y no lo produce para un otro que lo contemple. No se trata de una escultura en un espacio público ni de una pintura en un museo. Se trata de un dibujo. Se trata de un proyecto trazado en un papel que quizás Salvioli no pensó exponer, pero que afortunadamente ve la luz en un espacio público donde conmueve, por su dramatismo y contundencia, hasta al visitante más desprevenido.


Como sucede con el sentimiento sincero expresado en el más profundo de los silencios, aquí el dibujo es solo un gesto.

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