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DEBAJO DE LA MATERIA


Dani Umpi escribió el texto que acompaña la muestra Parece Mentira inaugurada en el día de ayer en la Ciudad de Buenos Aires. Me contó que fue convocado por la Galería PM y que en las conversaciones que mantuvo con los artistas encontró la idea y el tono para su escrito. Sus observaciones son preciosistas y están despojadas de prejuicios. “Pensar estos paisajes como espacios poéticos, engañosamente infinitos” es una de las referencias sobre la obra de Guadalupe Fernández. “Los dibujos también muestran una creativa organización del caos” es una adecuada definición sobre las piezas de Luis Gimenez.


Las obras de Guadalupe Fernández y de Luis Gimenez conforman esta original exhibición. Ambos se conocieron hace unos años, cuando al 3500 de la Avenida Iriarte en Barracas nacía una oportunidad extraordinaria de arte en territorio: La Casa de la Cultura, el primer edificio público con carácter cultural construido en una villa. En ese entonces, Fernández trabajaba allí y Luis -que era vecino del lugar- recuerda haber reunido sus dibujos en una carpeta para presentarlos y lo expresa con la emoción intacta: “Guada me recibió muy bien”.


Esta historia da cuenta del modo de ser solidario, cálido y generoso de Fernández que permitió a Luis dar sus primeros pasos en la experiencia expositiva.

La amistad continuó -más allá de que ella ya no trabaja en LCDLC- y hoy los reúne en un espacio diferente. “Le estoy muy agradecido por haber pensado en mí para esta muestra, me hace muy feliz poder compartir mi trabajo con ella” señala Gimenez a propósito de la invitación que le hiciera para participar de Parece Mentira.


Sin desatender las obras que son aquí exhibidas, detengámonos por un momento para reconocer el modo en que los artistas se ayudan, nutren, crecen y construyen vínculos profesionales y afectivos a lo largo de sus carreras.


Muchas historias vienen a mi mente sobre amistades construidas de este modo: el tiempo compartido por Paul Gaugin con Vincent Van Gogh en Arlés y la correspondencia que luego intercambiaban con los hallazgos de las imágenes de estampas orientales y la impresión que en ambos artistas esto provocó.


Otro ejemplo de amistad generosa -mucho más cercano a nuestros días- es la amistad entre los maestros Carlos Alonso y Guillermo Roux, quienes compartieron admiración profunda por sus trabajos y el más genuino de los respetos. Roux siempre decía que Alonso “...era un gran artista, verdadero cronista de nuestra turbulenta historia, a la manera de Goya” Por su parte, Carlos Alonso detalló la relación que los unía durante una entrevista que le realizaron a ambos en ocasión de la exhibición Sean eternos los pinceles “...Nosotros hemos vivido una realidad que hemos sentido y experimentado paralelamente. Vos al no tener una militancia, has vivido el mundo del arte, la pintura, la imagen, la estética. Mientras que yo, con la militancia, he tenido otras mochilas… Ahora estamos mucho más cerca que antes. A mí se me cayó todo ese mundo. Todo lo que me quedó, que es enorme, para mí es la pintura. Finalmente yo me encontré donde vos estuviste siempre”

Roux y Alonso vivían y trabajaban en universos paralelos bien diferentes entre sí. Aún en ese tiempo en que convivieron en el mismo mundo, sus producciones conservaban intactas sus particularidades. Atendiendo claramente a que la universalidad de los temas que aborda el arte se manifiesta de modos muy disímiles en las obras de los artistas.


Para Gimenez, “el arte está en la línea demás”. En conversación con Umpi, definió que siente encontrarse con el arte en el momento en que quiebra una figura, cuando saca o agrega una línea que atraviese cualquier lugar e incluso otra figura.

Por su parte, Fernández le reveló que se siente contemplativa “pero con la mirada hacia adentro”. Umpi decidió no ahondar en esta línea, prefirió dejar en su texto la posibilidad de que el lector decidiese frente a la obra qué dirección tomar.


Luego de leer el texto de Umpi y de intercambiar con él algunas preguntas, me interesaba saber qué encontraban los artistas como puntos de contacto en sus obras.


Durante el montaje de las obras, los audios llegaron desde la galería con reflexiones por parte de ambos artistas. El tono de esos mensajes -lejos de las tensiones de tan particular momento- era de máxima calidez. Las demostraciones de afecto y contención, se traducen en los respectivos comentarios.

Fernandez detalló el proceso de producción de los dibujos de Gimenez encontrando en el hacer “esa fe que va más allá de las creencias”. Aprecié su reflexión, porque pienso que el arte es un acto de fe. Tanto el artista como el que se acerca a la obra deben despojarse de las seguridades que el intelecto y las normas sociales le imponen, ya que solo pueden ir al encuentro -uno del otro- a través de un salto de fe.


Cuando fue el turno de Gimenez, señaló que el color que actualmente explora su colega, lo tomó por sorpresa, pero de ese tipo de gratas sorpresas que llenan de entusiasmo el espíritu y encontró en sus paisajes y sus colores la posibilidad de que las obras conversen en sus líneas. De algún modo, ambos toman el espacio desde su propio lenguaje pero sus obras confluyen sin conflicto ni competencia. Como siempre pasa entre artistas que trabajan en busca de algo superior por sobre la individualidad de la producción artística, Fernandez y Gimenez demuestran que no hay diferencias generacionales, ni de formación académica, ni de trayectoria que puedan abatir la armonía que la amistad y el profesionalismo sostienen desde que se conocieron.


Quizás los puntos de encuentro que mantienen cautiva la mirada en el espacio de exhibición radican en sus diferencias. Diferencias formales que se diluyen ante la pasión con que abrazan la vocación artística y la disciplina que comparten en el hacer.

Ambos proponen una instancia superadora a la experiencia expositiva que encuentra su raíz en un trabajo desde los márgenes del mundo contemporáneo.


Es una excelente ocasión para visitar una exhibición de arte contemporáneo. De esas ocasiones que sería imperdonable perderse, porque hay algo que está por debajo de la materia que debemos explorar.


Parafraseando al genial Marcel Proust, podemos afirmar que aquí se cumple su teoría de que sólo a través del arte somos capaces de salir de nosotros mismos, de saber qué ve el otro de un universo que no es el nuestro y del cual, sin el arte, sus paisajes nos serían tan desconocidos como los que puedan existir en la luna.


¡Vayan todos a descubrir el paisaje del otro lado de la luna!



Cecilia Medina



En sus propias palabras, María Paula Zacharías, Editorial Ariel, 2018

Sean eternos los pinceles, Carlos Alonso & Guillermo Roux, Galería Ro, Buenos Aires, 2014

Carlos Alonso y Guillermo Roux. Mano a mano.María Paula Zacharías, Noviembre 2014


Imagen: Guadalupe Fernandez

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