A lo largo de los años el Maldonado ha sido testigo de la transformación social y cultural surgida en sus márgenes. La mixtura de historias da cuenta del rico proceso que conformó la sociedad que lo habita. En particular, el arribo de artistas que han permitido recuperar su bohemia más valiosa, aquella que va desde el café de Hansen a la casa de la infancia de Borges y hasta la ballena pescada en su desembocadura.
Mucho antes de todo esto, una mujer llegada hasta este continente junto a la comitiva colonizadora de Pedro de Mendoza huyó de la hambruna aventurándose a cruzar sus aguas y se unió a los querandíes. Capturada por los españoles, fue atada a un árbol y defendida por los pumas que una vez supo asistir. Según las crónicas de Ruy Díaz de Guzmán (1559-1629) el apellido de esta mujer era Maldonado y de allí que a estas aguas se las conociera luego con su nombre.
Los artistas que integran La Maldonado habitan la sinergia de esta historia. Entrelazando pequeños fragmentos Alejo Arcuschin reconstruye el cauce que fluye verticalmente en la sala. La transparencia del soporte en la obra de Carolina Fernández visibiliza su minucioso y preciso trabajo al tiempo que la cadencia en su movimiento trae consigo el remanso. La pintura de José Garófalo contiene la rebeldía necesaria para sostener viva la historia. Cada uno de ellos, en su propio lenguaje y con sus propios materiales, hacen posible la continuidad narrativa de un territorio, el cual sigue dando pruebas de la calidad artística local.
Las aguas del Maldonado que hoy corren bajo el asfalto no por ocultas dejan de estar presentes. La vida que en ellas se contiene transmuta en las obras que estos artistas nos ofrecen. Obras que ya son parte de otra historia, la que contarán aquellos que algún día las naveguen.
Cecilia Medina
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