Charles Hagenbeck (1844-1913) zoólogo, domador y director de circo, fue precursor de las exhibiciones antropozoológicas y fundador del zoológico Tierpark Hagenbeck.
En sus memorias, recuerda a su Hamburgo natal muy diferente del ruidoso y lleno de tránsito de su adultez. Cuando era niño, reinaba una vida muy tranquila y alegre; y las calles albergaban desde el pregonero del Senado hasta “...los tipos más raros y originales…”
En ese tiempo comenzaba a vislumbrarse el comercio de animales y Hagenbeck -como hijo del pescador de Stellingren- descubre en esta actividad lo que se transformaría en su vida.
En 1907 inauguró Tierpark Hagenbeck -el zoológico más importante de su tiempo-. Ese día, sentado en un banco y contemplando los verdes parterres y las salientes montañas artificiales -por entre los que millares de visitantes disfrutaban del viviente panorama animal- regresaron los recuerdos de su infancia y de lo que veía en aquel tiempo en la calle. En particular, el singularisimo Dannenberg: un hombre que parecía tener bordadas las patillas en su rostro y contaba con una nariz imposible de describir, llevaba pequeños aretes en sus orejas -como hacían los hombres de mar- y era el único en el desarrollo de su actividad. Por la mañana, se lo veía pregonando por arrabales, voceando toda clase de novedades. Cuando los anuncios eran por parte del municipio, los comenzaba con el sonar de una gran campana. Cuando se perdía un niño o un perro o cuando de cualquier sitio llegaban comestibles frescos, todo era anunciado por él. Pero el tiempo de mayor lucimiento para Dannenberg llegaba al caer el sol, cuando vestido de caballero en brillante arnés, cubierta la cabeza por un yelmo, sosteniendo una poderosa espada y con su nariz cubierta de colorete, invitaba a ingresar a la gran tragedia que se representaba por apenas un chelín.
¿Qué será lo que hizo llegar a la memoria de Hagenbeck el recuerdo de Dannenberg? ¿El ver a la gente caminar y sorprenderse por las fieras que se encontraban en el parque contextualizadas con escenarios que las hacían lucir en su espacio natural? ¿O quizás sea el simple hecho de contemplar a los habitantes de Stellingren disfrutando sorprendidos, tal como solían hacerlo frente a Dannenberg?
Evidentemente, el momento del éxito siempre llega de la mano de un señalamiento sobre lo que se carece. En este caso, a través del disfrute de la infancia, cuando tenemos la capacidad de contemplar, observar, descubrir y deleitarnos, sin prejuicios.
No encontré en las siguientes páginas de las memorias de Hagenbeck ningún tipo de coincidencia con mi apreciación, pero es claro que entre tantos recuerdos, la presencia de Dannenberg no ha podido ser casual.
Las expresiones artísticas supieron tener como escenario natural el espacio común: las calles, los parques, las plazas y los mercados, han sufrido transformaciones como las señaladas por Hagenbeck. Cuando ingresó la tecnología, cuando el ritmo de vida se vio alterado por perseguir mayor productividad, performers como Dannenberg perdieron su lugar.
La palabra performance ha sido utilizada con distintas implicancias en los últimos años. Frecuentemente, se utiliza para señalar la calidad del desempeño en un determinado contexto con la expresión “óptima performance”. Pero, ¿Qué significa hacer perfomance? ¿Qué es lo que se hace cuando se hace performance?
Diana Taylor, fundadora del Instituto Hemisférico de Performance y Política y creadora del Departamento de Estudios de Performance de la Universidad de Nueva York, señala a la performance desde su potencial político y por la forma en la que cuestiona al poder, hace alusión a la convivencia, a la creación de polis y participación. Para Taylor, la performance no solo es una disciplina artística, ya que incluye las manifestaciones sociales que ocurren en el espacio público; tales como el levantamiento zapatista de Chiapas o el movimiento Occupy Wall Street. Y sumó los movimientos sociales al estudio de performance a partir de seguir movimientos políticos latinoamericanos como Abuelas de Plaza de Mayo.
Taylor plantea las fronteras de la performance estableciendo que “funcionan como actos vitales de transferencia, transmitiendo saber social, memoria, y sentido de identidad a través de acciones reiteradas... incluyendo diversas prácticas y acontecimientos como danza, teatro, rituales, protestas políticas, funerales, etc, que implican comportamientos teatrales, predeterminados, o relativos a la categoría de evento”.
Es interesante destacar la mirada de Taylor porque en ella se rescata el valor social, la temporalidad y el modo de habitar que la performance conlleva. Ajustándose perfectamente a la definición, tanto lo realizado por Dannenberg como el manifiesto futurista.
Cuando RoseLee Goldberg reconoce a la performance como el catalizador de la historia del arte del siglo XX, destaca aquí un valor de herramienta, al señalar que los artistas la utilizan para encontrar la raíz de sus ideas y solucionar sus problemáticas.
Es por esto último que la performance se nos presenta como alternativa válida en un mundo pandémico que nos impone restricciones para la práctica artística.
Ya hemos cumplido un año desde el momento en que el COVID 19 obligó a medidas desconocidas para las generaciones que no vivimos una guerra mundial o la polio. Medidas que se acercan a hábitos de otras culturas y que miramos con extrañamiento: como utilizar barbijo para no contagiar o sacarnos los zapatos en la puerta de casa. Hábitos de higiene básicos, como lavarnos las manos con jabón o desinfectar todo lo que ingresa al hogar.
Más allá de las obvias consecuencias sociales de esta situación, preguntarnos una vez más sobre el modo en que la pandemia ha afectado al artista y al modo en que dialoga su obra con el público, nos permite retomar la experiencia relatada por Hagenbeck al evocar a un artista que siempre estaba en la calle cumpliendo diversos roles para la comunidad.
En ese caso, comenzaba 1900 y ya no era necesario contar con Dannenberg. De hecho, las calles estaban ocupadas de otro modo y los ruidos no hubiesen hecho posible el apreciar sus relatos.
Hoy, las calles no tienen el mismo tránsito que tenían previo a la pandemia y los espacios de reunión se ven cercenados en sus posibilidades. ¿Es entonces el momento de volver a la calle, a las plazas, a los mercados?
Si las perfomance históricamente han tenido lugar en el espacio común, si en los distintos análisis se las rescata en contextos tan diversos como sea posible de imaginar ¿deberíamos preocuparnos por no poder estar entre las paredes de un museo?
En 2015 se estrenó el film The family Fang donde se cuenta la historia de una familia tipo, cuyos padres son performers que incluyen a sus hijos desde el momento en que nacen en sus proyectos. Esto deviene en diversas complicaciones para el normal desarrollo de los hijos, quienes de adultos deben enfrentarse a la desaparición de sus padres en circunstancias confusas que los hace dudar de la veracidad de un posible asesinato, infiriendo que se trataría de una nueva perfomance.
Interpelado el padre en su juventud acerca de los modos en que llevaba adelante su práctica artística, enfáticamente responde: “La gente necesita ser sacudida, necesita ver a su alrededor, ver las cosas de un modo nuevo” y el modo de hacerlo es a través del arte, pero no cualquier tipo de expresión artística, sino a través de la perfomance, porque es solo aquí donde “...el arte sucede en el momento real y la gente responde auténticamente. Es la condición humana real. No es una artista que reversiona la vida, es la vida misma. Y por eso, “...es necesario que acontezca en el mundo con la gente que no sabe que lo que está sucediendo es arte.”
Si están de acuerdo con la afirmación del padre de la familia, el Señor Fang, solo les resta seguir sus instrucciones:
Ahora, imaginen su muerte
Sientan su cuerpo entumecido
Empiecen por los dedos
Sigan por las manos, por sus muñecas
Derecho hasta sus cejas
Todo está muerto
Si se pueden imaginar su propia muerte
regresando aún a la vida,
entonces, esto prueba que pueden sobrevivir a cualquier cosa.
Yo agregaría a las palabras del Señor Fang, que si somos capaces de imaginarnos esta muerte y volvemos a empezar, sobreviviremos incluso a la incertidumbre. No hay que temer, hay que adueñarse de este momento, hasta tanto habitemos nuevamente nuestro lugar.
Cecilia Medina
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