Todo era caos y confusión cuando Bolívar tomó el pequeño brazo de José Costales y mirándolo fijamente a los ojos le dijo “sos muy joven para la guerra, te quedas acá y no salís hasta que esto termine”. Acto seguido, escondió al niño en un pozo y siguió en su caballo rumbo a Bomboná liderando al ejército del Norte que poco después sellaría la independencia de Ecuador. Algunos años después, ese niño -ya adolescente- viajó a la Argentina, se casó con Eduvijes Duarte Romano y de esa unión nacieron varios hijos, entre ellos, mi bisabuela Ramona Costales. Por eso, cuando en alguna reunión familiar, mi tío abuelo decía “Ustedes están hoy aquí gracias a Bolívar” había mucho más que el proyecto de una América Unida en sus palabras.
Mi historia no es única, muchos de nosotros llevamos en la sangre recorridos desde distintos puntos de América. Sin embargo, entre los deseos de Simón Bolívar y José de San Martín -su mítica reunión en Guayaquil- y la realidad que nos rodea hay una distancia inmensa.
¿Es acaso extravagante pensarnos dentro de un continente cuyos habitantes precedieron a los que “supuestamente” los descubrieron? Y subrayo enfáticamente la palabra supuestamente, ya que un marinero distraído que tiene un objetivo y no se da cuenta que llega a otro -nombrándolo como si hubiese cumplido su misión- está muy lejos de descubrir algo y mucho más cerca de ser un fiasco.
Pero como la historia la escriben los que ganan, tenemos nosotros la responsabilidad de reescribirla tantas veces como sea necesario hasta lograr que queden plasmadas las voces de los que han sido derrotados.
Si buscamos artistas que nos han legado la responsabilidad de continuar estas luchas, Oswaldo Guayasamín está entre ellos. Centrando sus obras en temas universales, con identidad local, en una entrevista expresó: "La pesadilla del hombre que se extiende, el miedo a una guerra atómica, el terror y la muerte que siembran las dictaduras militares, la injusticia social que abre una herida cada vez más profunda, la discriminación racial que destroza y mata; están carcomiendo lenta y duramente el espíritu de los hombres en la tierra".
A propósito de la exhibición “De la inocencia a la ternura” que tuvo lugar en 2018 en Rosario, Beatriz Vignoli señala: “En los grandes ojos y las manos de dedos espatulados alienta una tensión expresionista; la flacura de los cuerpos puede leerse como estilización o denuncia del hambre de los pueblos. Los rostros, de una síntesis primitivista, ostentan el ambiguo toque surrealista de unos labios divididos, como mostrando al mismo tiempo el beso de dos perfiles o el frente de una única figura. La fragilidad de la cría humana es evocada en las figuras dobles de madre e hijo, donde el cuerpo protector y nutricio de la madre enmarca y rodea al del niño, con expresión amorosa, como abrigándolo; para las escenas de parejas o amantes elige duplas más simétricas. El grado de abstracción de la figura es tal que la representación se convierte en campo de experimentación con el color, las formas y los materiales. De las gamas delicadas de azules pasa al contraste entre complementarios o a la modulación de tintes cálidos”.
En este impecable análisis quedan enlazadas cuestiones estéticas y preocupaciones del artista que con compartidas con la misma vigencia en la actualidad y fueron también el centro de los debates entre quienes lo precedieron.
Hace tres años, Martin Lapalma tuvo su primera exhibición en México en la Galería Vértigo. La cita fue enmarcada con palabras de Roberto Bolaño: “en tierras desconocidas, sin grandes posibilidades de escribir poesía épica, sin grandes posibilidades de nada” y resultó mucho más que lo que estas líneas expresan. Quizás por la ventaja que nos otorga la distancia entre hoy y la fecha en que ocurrieron los hechos, quizás por el gran desafío que la pandemia ha impuesto a las dinámicas sociales o quizás por la sumatoria de situaciones entre entonces y el día de hoy, es que le resultó urgente e imprescindible gestar Atelier La Maternal.
En conversaciones que mantuvimos mientras materializaba la propuesta, reconocía que “el desafío es fomentar y fortalecer una identidad contemporánea latinoamericana, partiendo del reconocimiento de las inabarcables diferencias pero, sobre todo, focalizando el trabajo en las innegables coincidencias existentes”.
Como aún no estoy saliendo de casa, seguí por redes la primera exhibición DNI, firma y aclaración que reunió obras de Martin Lapalma previas a la pandemia y dibujos realizados durante este tiempo de aislamiento.
Sentí la emoción contenida luego de tantos meses de ausencia de experiencias sensoriales. Veía los posteos de quienes asistían -con barbijos y a distancia prudencial- fascinados con la posibilidad de estar cerca de las obras. “Todos estaban súper contentos” me contaría días después, destacando “...a mi desde siempre me gusta linkear gente y la respuesta estuvo tan buena que se redoblan las ganas”
A Martin Lapalma le debo el haber concretado una ambiciosa exhibición en 2019 durante la última edición de La noche de los museos, cuando desconocíamos que pocos meses después todo nuestro mundo iba a cambiar drásticamente. Como él señala, le encanta linkear gente y la sumatoria de invitados nos permitió recibir en La Fábrica a más de 900 personas con un recorrido excepcional. Comenzaba con la instalación de Penny de Roma que contó con una performance a cargo de Martina Liendo, Florencia Sardo, Olivia Lasalvia. Dos site specific, uno con la luz y el color de Leo Ocello y el otro con las sutiles texturas en papel de Anita Willimburgh. La colaboración de Agustina Annan y Gerardo Merlo con Tomás Putruele a partir de los dibujos de Guillermo Roux, fue maravillosa. Al igual que la música, presente a través de sesiones de piano para seis personas en el estudio de Tobe. La presentación de Paul Edward Higgs y sus Cosmovisiones en un solo set y un lujoso back to back de Garat y Cecz.
Casi nada alcanza su meta, si bien excepcionalmente algo la rebasa fue el título que le dimos a esa maravillosa noche y que cumplió al pie de la letra con su objetivo superando todas nuestras expectativas.
Luego la pandemia nos dejó pasmados, el espacio se resignificó y la imposibilidad de habitarlo juntos nos invadió con latente incertidumbre.
Esto hace aún más fundamental el rol del Atelier La Maternal como espacio para aquellos artistas que acepten el desafío de pensarse a sí mismos y pensar su obra -aquí y ahora- dentro del contexto global. Los primeros en aceptar han sido Leo Ocello, Sebastian Martinez a.k.a. pipol in letras y Tomás Putruele.
Me interesa particularmente seguir de cerca este tipo de propuestas donde los artistas se desafían para su enriquecimiento artístico y personal. Siendo consciente que en distintos momentos de nuestra historia reciente estas situaciones han acontecido sin dejar demasiadas huellas más allá de anécdotas compartidas; reconozco que la dificultad que tenemos para poder acceder a documentación que testimonie a sus protagonistas y a sus trabajos es inaudita. Sin la magistral labor de Espigas gran parte de lo que ha sucedido en nuestro país se habría perdido.
Sin embargo, no todas son malas noticias. Como una señal de que no estoy sola en esta cruzada, mientras estoy escribiendo estas líneas, recibí una invitación de la Fundación Luis Felipe Noé a Figuras Indómitas, un ciclo homenaje a 60 años de la creación del Grupo Nueva Figuración.
Y si de aniversarios se trata, este año también se cumple un aniversario literario que merece mención porque está alineado con la cuestión de nuestra identidad: Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano cumplen 50 años desde su primera edición.
Les voy a compartir un párrafo que tiene una vigencia absoluta: “El proceso de integración no nos encuentra con nuestro origen ni nos aproxima a nuestras metas. Ya Bolívar había afirmado certera profecía, que los Estados Unidos parecían destinados por la Providencia para plagar América de miserias en nombre de la libertad. No han de ser la General Motors ni IBM las que tengan la gentileza de levantar, en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación caídas en la pelea ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen, hoy, la redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, en sus manos, la tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”.
Si nuestros éxitos y nuestros fracasos en la construcción de nuestra identidad se pudiera medir en años, estamos en condiciones de afirmar que medio siglo no es nada, porque nada ha cambiado desde que Galeano escribió estas reflexiones, excepto, claro está, que General Motors e IBM ahora llevan otros nombres.
En cuanto a lo visionario de Bolívar al describir el rol de Estados Unidos para con nuestro continente, imagino se sorprendería de ver que su profecía se extendió por todo el planeta.
Coincidirán conmigo en que nuestros artistas han sido -y son- despojados de sus derechos. Humillados con el desdén de quienes digitan qué es arte y qué no lo es y en consecuencia condenados a no poder vivir de su obra. Si les cabe la expresión de malditos es sólo en el contexto de la definición que le ha asignado la historia del arte a aquellos pintores que no vivían según las normas sociales de su tiempo como Modigliani o a los poetas como Rimbaud a quienes sus contemporáneos simplemente no comprendían.
Está claro para mi que nuestro destino descansa en las manos y en las conciencias de nuestros artistas. Y debiéndole a Bolívar el haber llegado hasta aquí, no puedo hacer otra cosa más que acompañarlos hasta la victoria, siempre.
Cecilia Medina
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