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LA BASE ESTÁ EN EL ARTISTA, TODO LO DEMÁS ES PEREJIL

Cuando hablamos de arte público en los Estados Unidos, debemos comenzar por citar las instituciones que lo han acompañado desde sus inicios.


En 1872 se fundó en Filadelfia la Fairmount Park Art Association [1] -hoy conocida como Association for Public Art- con la premisa de constituir un museo sin paredes que integre arte y diseño urbano para toda la comunidad. Desde entonces, ha comisionado, preservado, promovido y difundido el arte en el espacio público con la convicción de su relevancia para la construcción cultural de la comunidad.


Public Art Fund [2] surgió en 1977 de la mano de Doris C. Freedman (1928-1981) quien fue la primera Directora de Asuntos Culturales de la Ciudad de Nueva York, la Presidenta de la Sociedad Municipal de Arte y la protagonista indiscutible en el desarrollo de la legislación cultural de esta ciudad.

Entre sus programas más destacados se encuentran: Messages to the Public, realizado entre 1982 y 1990 en las pantallas de Times Square con la participación de artistas tales como Guerrilla Girls, Keith Haring, Jenny Holzer, Richard Prince, Kiki Smith y David Wojnarowicz. Y entre los más recientes, Sky Mirror de Anish Kapoor en 2006, The New York City Waterfalls de Olafur Eliasson en 2008, Structures de Sol LeWitt en 2011 y las esculturas de Carmen Herrera que estarán en los parques hasta finales del 2021.


Pero ¿qué significa el arte público por nuestras latitudes? ¿Acaso se hablaba del tema antes de la pandemia?


El 24 de abril de este año, la revista Ñ publicó un artículo donde el respetado referente cultural argentino y presidente de Fundación TyPA Américo Castilla [3] afirmó: “...el museo como rancio templo de las musas, instrumento de imposición de jerarquías coloniales y dominación, ha muerto. ¡Viva el Museo!”

Quizás la más audaz de todas las manifestaciones expresadas acerca de la situación que nos encontrará en el famoso día post pandemia, el cual denominamos con la frase “la nueva normalidad”


Mucho antes de que el COVID-19 tomase nuestras vidas por sorpresa, la artista Nancy Ann Coyne preocupada por la dificultad económica que le impide al público el acceso a museos y espacios culturales, comenzó a buscar alternativas. Advirtió que en su ciudad -donde nieva seis de los doce meses del año- había un espacio que todos utilizaban indefectiblemente y el cual nunca había tenido obras de arte.

En Minnesota los edificios se conectan entre sí a través de pasillos vidriados en altura. Sobre un total de ochenta de ellos, treinta pertenecen a la ciudad y por tal motivo son espacios públicos. Coyne decidió llevar adelante su proyecto sobre migración entendiendo que estos espacios de alto tránsito brindarían la visibilidad que el tema merece. Archiving Memory/ Streaming Sunlight [4] reúne fotografías de archivo: se trata de retratos ubicados en estas paredes de vidrio que nos permiten ver la ciudad a través de los ojos de sus protagonistas al tiempo que reflejan sus rostros en el espacio interior.

Un claro señalamiento sobre el modo en que la ciudad borra la presencia de los inmigrantes transformándolos en las sombras que la mayoría de los norteamericanos -por no decir el mundo entero- se niegan a ver.


Al igual que Coney, Leandro Zanetti se preguntó acerca de la mirada del otro sobre su obra. Trabajó en el paisaje natural mucho tiempo antes de la pandemia, pero fue en este contexto que desarrolló Proyecto Pasaje [5]. Justo cuando todo lo público le estaba vedado instaló una fotografía impresa en papel de 240 x 160 cm sobre el muro ubicado en la esquina de las calles Gowland y Juan Iacini, en General Pinto, su ciudad natal.

La elección de la locación no fue arbitraria: allí confluyen calles donde el tránsito está habilitado en ambos sentidos. Además, en un radio de pocas cuadras, se encuentran puntos de interacción comercial, social y de fuerzas de seguridad -todos ellos enmarcados dentro del ámbito de las actividades esenciales-.


Hubo sorpresa y desconcierto, pero ante todo, hubo felicidad. Los vecinos sacaban fotos que enviaban a sus familiares por WhatsApp contándoles que se habían cruzado con una obra de arte de camino al supermercado. Los comerciantes quedaron agradecidos de levantar la mirada y poder ver un bosque donde antes solo había una pared gris.


La obra de Zanetti mira el paisaje y encuentra en él mucha más información que la vegetación y el cielo que nosotros podemos ver a simple vista: señala el profundo cambio que el hombre -como depredador de su propio medioambiente- ha infringido en la naturaleza. Dentro de un museo o en una galería, el acceso a su trabajo queda restringido a los visitantes que pueden ingresar al lugar y como señala Coney, con entradas en el MoMA de U$S25 ¿quién puede mirar arte contemporáneo?


Como muchos afirman, estamos atravesando el período del Antropoceno. Filósofos como Eric Sadin -focalizado en el rol de la tecnología en nuestras vidas- reconoce que nos hemos deshumanizado y que estamos lejos de la idea de soberanía y autonomía del individuo que surgió durante el Siglo de las Luces. Sabemos muy bien que la tecnología nos tiene absortos -sin distinción de edad- y que mucho antes del ASPO ya era difícil conectar con otro ser humano sin una app de por medio.


¿Sirve entonces la pandemia para que comencemos a mirar en modo diferente nuestro espacio en común?


Los artistas que llevan adelante La Gran Paternal, dan muestra de que esto es así. A partir de los protocolos para mantener el distanciamiento social, los talleres se abrieron hacia las veredas y algunos de sus artistas realizaron sus obras en otros formatos.





Anita Willimburgh disfrutó la experiencia de llevar su trabajo al exterior, ya que durante la cuarentena se dedicó mucho al dibujo: “...mi propuesta fue pegar dibujos por el barrio con el mensaje “ejercitá tu empatía” y también llenar con los mismos dibujos las paredes externas del taller. De no ser por la pandemia, no hubiera salido al barrio sino que hubiera mostrado los dibujos dentro de mi taller. Fue muy gratificante recibir los comentarios en la vereda de aquellos que reconocían estos dibujos por haberlos visto en el barrio”.

Ante la consulta sobre alguna obra que le hubiese llamado la atención dentro de lo presentado por sus colegas en el circuito, destaca: “la obra de Leo Ocello fue como un faro en el barrio. Nadie que pasara por ahí podía dejar de mirarlo y sorprenderse”


Por su parte, Leo Ocello afirma que “abrir el taller fue una experiencia liberadora. Para mí que hago instalaciones, era necesario y creo que para la gran cantidad de gente que se reunió en las cuatro esquinas del taller lo fue también”.

La obra que instaló en la terraza del edificio ubicado en la esquina de Bolivia y César Díaz fue definitivamente un faro de luz para La Paternal. Ocello nos sorprende permanentemente corriendo los límites con estas instalaciones -que podrían describirse como geometrías lumínicas- donde explora el punto exacto entre la pureza de la línea y su sofisticación.


En La Bolivia Díaz invitaron al artista Carlos Baragali, quien proyectó una animación sobre la fachada del edificio. Muy emocionado, Baragali reconoce que no había salido desde el mes de Marzo y que casi no había visto a nadie: “al principio fue un poco incierto, ya que no sabía cómo iba a resultar, cuánta gente iría y si se cuidarían. Por suerte todo salió hermoso. La gente que me suele acompañar estuvo presente, los amigos del taller colaboraron y los vecinos fueron super afectuosos. Creo que para todos fue una experiencia muy linda y hasta un poco inesperada. Por los comentarios que recibí de otros talleres, fue así en todos lados”.


Mariquena Vallejo respondió a la propuesta del encuentro con el espectador en la vía pública, entendiendo que se trataría de una jornada diferente: “Fue un poco extraño cuando la gente quería pasar a los talleres y les informamos que este año las obras estaban afuera. Sobre todo, por qué es muy linda la intimidad que se genera cuando se abren los lugares de trabajo y se conversa con el visitante.

Probablemente no hubiera tenido lugar la obra que compartí, por qué la misma se creó en pandemia, atravesada por mi vivencia en esta particular situación y en momentos donde mi casa se transformó en mi taller”.


Alejo Arscuchin cree que la pandemia fue un acelerador de los procesos: “Me la jugué a probar cosas que tenía en mente, como salir al espacio sin la pared como soporte o jugar con las sombras proyectadas en el piso”.

En un primer momento, Arscuchin pensó en una obra para ser vista solo desde las vidrieras. Luego, aprovechando la circulación de aire en el espacio, decidió invitar individualmente a recorrer la instalación.

“Desde que estoy en El Local pienso mucho en generar interés en las vidrieras y que la gente que pasa se sienta interpelada por un lugar que no se termina de saber que es. Me parece muy importante y un gran desafío irrumpir en la vida del que tuvo un día difícil en el trabajo o del que pasea al perro todas las noches”.


Es imprescindible destacar la mirada de una artista como Paula Pellejero, a quien reconocemos por su obra sobre Alberto Greco y la relevancia de las intervenciones callejeras. Ella señala “que a partir de la prohibición de hacer reuniones o eventos en lugares cerrados surgió para LGP la posibilidad de salir a la calle. Las ediciones anteriores siempre planteaban talleres abiertos para que los artistas interactuasen con la comunidad.

Ante la obligatoriedad del distanciamiento social, se dió casi naturalmente salir al espacio público para brindarnos al vecino que sale a caminar por el barrio todas las tardes.

Lo interesante es que cada artista y cada taller tuvieron la libertad de salir a mostrar o accionar su trabajo a su manera, dando lugar a exposiciones en la calle, señalizaciones en veredas, intervenciones colectivas como murales, y en mi caso la proyección desde la terraza de mi casa a la calle, junto a Paulo Pécora e Ignacio Tamarit, de films en super 8, 16 mm y digital, acompañados por música en vivo de Matías Mielniczuk. Previamente, pegamos imágenes de los films por las cuadras que rodean al taller como miguitas que si seguías te llevaban hasta la proyección, a un mural o a una vereda intervenida por LGP”.

La pandemia trajo consigo nuevas maneras de dialogar con el barrio. “Creo que esta modalidad de salir a la calle va a quedar instaurada para futuras ediciones de LGP. Personalmente, esta fue la edición que más disfruté y que sentí más abierta y cercana a la comunidad del barrio y artística. Se generó trabajo colectivo y espectadores de todo tipo que pudieron girar la mirada a su barrio de otra manera”.


Otro gran entusiasta y precursor de La Gran Paternal que siempre abre las puertas de su espacio a otros artistas y amigos, es Juan Miceli. Quien quizás, por defender el espíritu de este proyecto que une a talleres para abrirse al público, tenía sus dudas sobre cómo resultaría funcionar fuera de ellos. Sin embargo define a esta séptima edición de LGP “como un golazo” la cual muchos han coincidido en mencionar como la mejor de todas las ediciones”.


Si bien manifiesta que la obra que exhibió no hubiera tenido lugar sin la pandemia de por medio, aclara que la ubicación de su taller siempre lo inspiró a pensar en una galería a cielo abierto. Sucede que Pasaje Nueva Zelanda tiene todas las condiciones para transformarse en un escenario para el arte público, de modo que Miceli invitó a sus compañeros de la Maestría de UNTREF a proyectar sus videos transformando el taller ubicado frente al suyo en la pantalla ideal -y con la complicidad del vecino que accedió a apagar sus luces- el contexto perfecto. Se sumaron artistas que actualmente comparten su taller Villa Z [6] y hasta una vecina que se presentó como música con ansias de tocar por primera vez desde la pandemia.


La desbordante séptima edición de La Gran Paternal se ajusta perfectamente a la definición de arte público que entiende el trabajo del artista como la expresión individual que transforma a la comunidad.

Retomando las palabras de Arscuchin el “irrumpir en la vida del que tuvo un día difícil en el trabajo o del que pasea al perro todas las noches” prueba la sabiduría de la genial Nekane Aramburu quien sostiene que “la base está en el artista, todo lo demás es perejil”.


Cecilia Medina


 

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