Frecuentemente la información que nos llega a través de grandes titulares no está en consonancia con la realidad. Tal pareciera ser el caso del artículo que publicó días atrás Ñ acerca de la editorial de Michelle Goldberg -ensayista y columnista- en The New York Times. El título era lo suficientemente catastrófico: “Aburrimiento y sequía cultural en la escena estadounidense” y ampliaba señalando que “EEUU vive una era de cambios rápidos que desordena los campos establecidos sin producir nada nuevo. Goldberg comenta un libro que explica cómo la evolución cultural se vincula con el deseo de ascender en la escala social.” Lo nuevo en relación al ascenso social. Esta premisa llamó mi atención, pensé en el documental que había visto sobre Elizabeth Holmes y su afamado unicornio Theranos: era nuevo y le dió ascenso social inmediato, pero sabemos que se trataba de un gran fraude.
En primera instancia entendí que quizás había algo complejo con la traducción, ya que en el desarrollo del artículo su autora se expresaba satisfecha de haber hallado en el libro de W. David Marx “Status and Culture: How Our Desire for Social Rank Creates Taste, Identity, Art, Fashion, and Constant Change” la explicación sobre el actual malestar cultural producto del estancamiento.
Ahora bien, el título original “The book that explains our cultural stagnation” pareciera referirse más a un estancamiento que aún aburrimiento, excepto que el estancamiento haya aburrido a su autora y de allí la decisión de Ñ de titular del modo en que lo hizo.
En cualquier caso, lo que es interesante rescatar, es la respuesta que Goldberg recibe de su colega Ben Davis en Artnet donde el autor afirma que la cultura parece estancada porque todos estamos exhaustos. Davis -que se manifiesta perplejo por la editorial de Goldberg- señala cuán equivocada está Goldberg en su diagnóstico sobre la presión en la cultura contemporánea.
Y es en este punto donde me interesa detenerme para analizar la magnífica gestión de Distrito Once: un proyecto donde sus creadores han logrado sortear las presiones a las que hace referencia Davis al mismo tiempo que desafían esa sensación de estancamiento que Goldberg señala como síntoma de nuestro tiempo.
Porque si hay algo que este barrio tiene claro es que no hay lugar para el estancamiento: sus calles vibran de día y de noche, sus comercios, sus bares, sus residentes y visitantes, todo es un reflejo de la diversidad de dinámicas que la ciudad alberga. De hecho, para algunos, esta zona de la Ciudad de Buenos Aires es reconocida como Jerusalima, ya que se han integrado residentes practicantes de distintas religiones a quienes se le sumaron comunidades como la senegalesa y la peruana, esta última con ejemplos gastronómicos imperdibles sobre Avenida Corrientes.
Durante una conversación plagada de anécdotas -de las que solían mantener es su ex-taller de Once- Josefina Madariaga y Gastón Silveira arribaron a la conclusión de que se desconocía tanto el territorio Once como a los artistas que allí trabajaban. Fue entonces que allí, en la calle Jean Jaurés, nació la idea de Distrito Once.
El proyecto es autogestivo. Al agruparse entre pares construyen una comunidad donde se respeta su identidad y autonomía creativa al tiempo que consolidan una red que enriquece a todos.
La primera edición tuvo lugar en 2019, la pandemia transformó el formato durante la edición del 2020 ya que los artistas salieron a la calle y en 2021 pudieron reabrir las puertas de sus talleres, propiciando que la edición de este año -que cuenta con la colaboración en la gestión de Florencia Fernández- sea una fiesta.
Entre los protagonistas de esta celebración se encuentra Espacio Pájaros un taller de artes y oficios que se inició en 2012 destinado a la enseñanza, la divulgación y la producción de artes y oficios. Ubicado en el barrio de Almagro y con una perspectiva contemporánea, brinda talleres de arte para todas las edades, capacitaciones en arte impreso, técnicas textiles, cerámica, carpintería para cuadros y otros valiosos oficios tradicionales.
Su creadora y coordinadora, Violeta Cádiz, cuenta con la colaboración de artistas, docentes y amigos para el dictado de clases, la participación en exposiciones o ferias y la creación de propuestas colectivas pensadas desde el espacio hacia la comunidad.
Desde esta perspectiva Cadiz afirma que Distrito Once “es una posibilidad de sumar fuerzas en esa dirección, creando redes con espacios culturales vecinos…con la expectativa de poder compartir un encuentro con la comunidad de alumnos y colegas. Nos entusiasma la idea de ofrecer un mapa de talleres abiertos, sobre todo para que nuestros alumnos más pequeños recorran con sus familias la cocina donde se gestan obras interesantísimas, y tan cerquita de sus casas”. Tales como la exposición de dibujos, pinturas y cerámicas producidas por las profesoras artistas del taller Andrea López Moar, Mariana Casas y Paula Figoli, el taller de grabado e impresión de afiches a cargo del Club de Grabado, y las organizadoras de las Muestras de Cuadernos con una exposición a la que se suma el taller de arte para chicos, que realizó cuadernos de artista durante el año.
El espacio San Luis Arte y Oficios creado en 1985 en el mítico edificio San Luis esconde una de las joyas más peculiares del Barrio de Once en sus tres pisos de talleres donde diversos artistas y artesanos desarrollan sus creaciones a diario.
Inu señala que Distrito Once les “…abre la posibilidad de conectar, desarrollar una muestra en común que nos permita vincularnos desde nuestros intereses y articular ideas colectiva -permitiendo- que otras personas puedan ver nuestro trabajo, el hábitat donde se gestan las obras, fuera de la virtualidad, de manera íntima y concreta”.
El espacio El Yerta -originalmente taller de Yaya Firpo- es desde hace un par de años también el taller de Lupe Ayala, Rober Rovallo y Vani Szlatyner. Participa por primera vez en Distrito Once por la oportunidad que abre de relacionarse con el público y entre los artistas del barrio. Su llegada al circuito tendrá el plus de sumar en la primera noche performance, teatro, música y un brindis al cierre.
Lucia Luna presenta El Salón de Lxs Rechazadxs como ”...un espacio caótico y de ocio donde jugar a ser artistas dentro de un edificio de departamentos antiguo. Funciona también como taller de tres personas y es el lugar donde nací. Tiene características espaciales complejas porque no es un espacio abierto a la calle, y las muestras suelen ser secretas y clandestinas…También tenemos características ideológicas que nos atraviesan y nos constituyen: no cobramos para mostrar, no oficiamos de galeristas, no tenemos curaduría más que la propia e intentamos no realizar muestras individuales…”
Coincido plenamente en la visión que Luna tiene sobre el rol rupturista de Distrito Once, “...porque se intenta emplazar a un barrio que si bien tiene una gran tradición en arte (muchas veces desconocida y un poco subestimada) -ya que- es reconocido más que nada por ser un barrio comercial, de venta de artículos importados y mayoristas. Pero al mismo tiempo vivimos ahí y convivimos con comunidades pluriculturales (china, nigeriana, judía, japonesa, boliviana y muchas más) que vuelven más rico y diverso a los espacios”.
Al escuchar a Josefina Madariaga, Gaston Silveira y Florencia Fernández, se percibe la voz de gestores culturales que no pierden su raíz de artistas en la producción de Distrito Once. Todo lo contrario, conciben esta actitud como elemento necesario para mantener su independencia en la construcción de sus propias identidades y la libertad creativa para sus obras.
Violeta Cadiz de Espacio Pájaros reconoce que “..la gestión del espacio es una tarea que requiere mucha dedicación, sistematización y saberes específicos. En mi caso, siento que hay una disputa por el tiempo entre ambas actividades, producción y gestión, y son difíciles de conciliar. La propuesta de Distrito Once, que de alguna manera propone una gestión cultural más comunitaria me parece una alternativa muy alentadora y gratificante…”
Inu de Espacio San Luis señala que “la gestión de la propia obra es necesaria, todes nos ocupamos de la difusión de nuestro trabajo, queramos o no hacerlo. Cuando la autogestión se articula con experiencias colectivas se vuelve algo más rico e interesante”.
Por su parte Yaya Firpo de El Yerta reconoce que “el rol de gestión es sumamente necesario y en la mayoría de los casos se trata de autogestión. Es difícil pensar en hacerse un lugar como artista en Argentina sin managerarnos a nosotros mismos Es por eso que este tipo de gestión colectiva es una oportunidad para sumar fuerzas y mostrar lo que hacemos”.
El salón de lxs rechazadxs en la voz de Lucia Luna afirma “Intuimos que, como en cualquier trabajo, lxs artistas deben perder tiempo en esa parte que muchxs consideran necesaria, que es la gestión. Pero en el salón solemos trabajar más con lo lúdico y no nos tomamos muy en serio esto del arte. Nuestra idea no es vivir del arte, ni siquiera monetizarlo, lo que queremos es jugar y descansar cuando lo necesitemos. Y jugar no necesita de mucha gestión”.
A diferencia de lo que la editora de opinión del diario The New York Times señala sobre su región, aquí en Jerusalima la cultura no está estancada, todo lo contrario, la cultura está siendo gestionada por los artistas que con talento único eluden las aguas de la mediocridad. Vale decir que donde otros hacen la plancha, ellos se ponen a trabajar.
Cecilia Medina
Espacio Pájaros https://www.instagram.com/espaciopajaros/
https://espaciopajaros.wixsite.com/arte
Espacio San Luis @sanluisarteyoficios En esta edición del Distrito Once participan: @inuisa @ultimopisotaller @loudibuja @mielypapelcuadernos @fabiánharika12 @artemarianoelcaridad @marinaperaltaramos
@yayafirpo
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