Unicef presenta anualmente el informe del Programa de Víctimas de Violencia. Dicho documento comienza con la definición del término violencia como marco para entender de qué estamos hablando: “la violencia es una forma de ejercicio del poder”.
Luego son detallados los números. Por ejemplo, en el período 2018-2019, las llamadas recibidas aumentaron un 60%.
En la búsqueda de representar la trayectoria de la investigación, se suma el análisis correspondiente a los años 2016, 2017, 2018 y 2019, concluyendo que desde entonces el indice de violencia sexual aumentó un 215,9% y el de abuso infantil un 133.3%.
¿Dónde estamos cada uno de nosotros mientras acontece minuto a minuto el aumento de estas atrocidades? ¿Distraídos, desinteresados, despreocupados o simplemente pensando en nosotros mismos?
Dentro de este caos de individualismo exacerbado e indiferencia, hay algo que nos rescata de la oscuridad: la responsabilidad del artista, y en particular, el diálogo que acontece en Aproximaciones.
Lejos de la vanidad de un circuito de arte contemporáneo que privilegia lo más banal de las expresiones artísticas, aquí nos convocan obras que en su contenido y en su forma dan cuenta de lo que nos pasa. Estas obras carecen de la manía de juzgar, estas obras nos obligan a aproximarnos a las heridas de las víctimas, que son las heridas de nuestra sociedad.
Cuando en 2012 Karina Acosta intervino un juguete con una imagen, muchos vieron allí una suerte de recuerdo de la infancia. Sin embargo, la imagen tiene otra lectura, ya que la escena de juego en el parque esconde un observador que contempla con una perversa intención. No es una evocación a la inocencia de la niñez, es la tensión latente ante su pérdida.
Ocho años después, Sofía Basail, construye una imagen que nos ubica en el lugar de testigo involuntario de un crimen. La reiteración del gesto, hace inequívoco el hecho: quien observa, no puede hacerse el desentendido, quien observa sabe lo que ese adulto está haciendo a esa niña.
¿Qué vemos en estas obras que no podemos ver a nuestro alrededor? ¿Hasta dónde debe llegar una víctima para que atendamos su situación?
Cuando Artemisia Gentileschi (Roma 1591 - Napoles 1653) denunció ser víctima de violación, ese delito no se encuadraba como un delito de violencia hacia la mujer, sino como una deshonra para toda su familia. Por ello, la máxima pena que podía sufrir el acusado, en caso de ser probada la violación, era el destierro que podía prolongarse por unos meses o unos pocos años.
Artemisia aceptó ser torturada físicamente para que su testimonio fuese válido ante los jueces y los testigos. Utilizaron un método conocido como sibilli que mediante cuerdas y tablillas atadas a sus dedos ejercía presión casi hasta romper sus huesos. Y así, a riesgo de perder la habilidad en sus manos lo que le hubiese impedido seguir pintando, Artemisia testificó lo que había sucedido.
Durante muchos años, los críticos se regodearon señalando que las obras de Artemisia eran el modo de vengarse de la violación sufrida por parte de su maestro. Que los temas que elegía, el modo en que pintaba, sólo representaban su resentimiento. Sin embargo, este señalamiento sólo remarca su capacidad de retratar el lugar de la víctima, lo que convierte a su cuerpo de obra en único para la historia del arte.
¿Pero qué pasa cuando la obra que observamos es protagonizada por quién no sabe que será la víctima?
Rina Venetucci ha tomado el material que diversos medios de comunicación difundieron sobre los últimos momentos de Agustina Imvinkelried la madrugada del 13 de Enero de 2019. Allí, vemos a una joven que recorre un camino sin saber que esos pasos serán los últimos de su vida. Estas imágenes nos ubican en una posición de observación que nos hace cómplices pasivos ante un trágico desenlace.
Casi al final de la novela El desierto de los tártaros, su protagonista Giovanni Drogo, llega a la conclusión de que los hombres, por mucho que se quieran, siempre permanecen solos. Drogo entiende que el dolor que cada uno padece le pertenece por completo, ya que ningún otro puede tomar para sí ese dolor, ni siquiera en una mínima parte: si uno sufre, los demás no sienten el daño.
Aproximaciones nos permite habitar un determinado tiempo y espacio, un sitio que las artistas han elegido de antemano para cada uno de nosotros, acercándonos a ese dolor que Drogo considera imposible de compartir.
Acosta, Venetucci y Basail nos sitúan en la realidad: con la esperanza de que podamos evitar que vuelva a repetirse y con la certeza de que podemos acompañar a otros en su dolor.
Cecilia Medina
Obras
Videophone (2012) objeto, juguete intervenido con un portarretrato digital que contiene un still de video, Karina Acosta
25' (2020) video monocanal, HD, color, estéreo, 25 min, material de archivo apropiado de YouTube y registro directo, Rina Venetucci
[ a’ßu.so ] (AFI) oeti, de origen incierto. (2020) video instalación, material intervenido de contenido libre digital proyectado sobre tela de tul, Sofía Basail
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