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Cuál es el primer signo de civilización en la humanidad?
Esta pregunta le fue formulada por un alumno a la antropóloga Margaret Mead. Mientras esperaban que señalase algún objeto de cierta complejidad o que permitiese la elaboración de algo más (una olla de barro o una piedra de moler), ella respondió que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego sanó.
Ante el desconcierto de los oyentes, Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna morís, porque no podes obtener tu alimento ni tampoco podes huir ante una situación de peligro: está comprobado que ningún animal con una extremidad fracturada vive lo suficiente como para que esta sane por sí sola. Por todo ello, es claro que el fémur fracturado y curado, es evidencia de cuidado y prueba que alguien tuvo que velar por esa sanación.
En la actualidad, con los conocimientos y con la tecnología disponible, una fractura de fémur puede llegar a curarse en un período que puede llevar entre cuatro y seis meses. Sería lógico pensar que en la antigüedad, donde no había yeso ni cirugía, este proceso fuese más prolongado e incluso requería la participación de varias personas. Esto nos permitiría afirmar que el inicio de la civilización implicó reconocer la existencia de un otro y de algún modo nacía con ese reconocimiento un sentimiento de comunidad.
La obra de Rose Moreno nos invita a reflexionar sobre un tema que no es considerado por fuera de lo femenino. Es que todo lo vinculado a la reproducción humana -como proceso biológico- ha dejado durante muchos años de lado temas materiales y sociales que le son propios. El acceso a la información es un derecho para poder elegir con libertad cómo transitar el embarazo, el parto y el puerperio. ¿Qué pasa entonces cuando se carece del conocimiento? ¿Qué herramientas le está brindando la comunidad actual a cada una de las personas gestantes para que puedan tomar las mejores decisiones?
Enmarcado en la antropología como objeto clásico de estudio, la reproducción humana ha sido descrita a través de los rituales, las creencias y los tabúes que los investigadores reunieron y compartieron a través de estudios. Pero es recién a partir de un trabajo del año 1967 donde se plantea la comparación intercultural de distintos sistemas de parto cuando se comienzan a producir estudios descriptivos de las culturas populares.
Es muy reciente la posibilidad que tenemos de abordar el embarazo, el parto y el puerperio de un modo que reconozca -en tanto universal y biológico- que cada caso es diferente según cada sociedad y cada grupo social, ya que hay un factor cultural que lo moldea.
Curiosamente -o no- casi todos los estudios han sido realizados por mujeres. Esto deja de manifiesto que además de marginal y desconocido, se consideró algo de mujeres vinculado a lo sanitario, quitándole la relevancia sociocultural que como objeto de estudio tiene.
Pese a que todos hemos estado cerca de un cuerpo gestante, aunque más no sea al compartir espacio en un medio de transporte público, este tema ha sido por décadas transformado de algo cotidiano en algo extraño. Pocas tenemos la oportunidad de decidir cómo, cuándo y con quién gestar. Muchas menos aún, podemos decidir no hacerlo. Pero lo que nos define en este espacio expositivo hoy, es cuánto sabemos del tema.
La posibilidad de contemplar vida transformada en un objeto/elemento artístico puede generar consternación, incomodidad, curiosidad o simplemente abrir el espacio a otras preguntas. Las respuestas, pueden estar en las investigaciones que la artista utilizó en su proceso creativo y que hoy comparte en la sala: textos de profesionales de distintos ámbitos, tales como salud, economía, sociología, antropología. Miradas tan diversas como la vida misma.
Gerardo Mosquera, crítico, curador, co-creador de la Bienal de la Habana, director artístico en museos de EEUU y Europa, dice que el arte que incomoda es indispensable. Yo le sumaría a su afirmación “hoy más que nunca”. Porque en una sociedad adormecida por la saturación de imágenes que ha producido el aislamiento por la pandemia, todo parece que da lo mismo. Y la verdad es que no es así. No da lo mismo ingresar a un espacio expositivo donde una artista abre su obra al visitante con profesionalismo y calidez , consciente de la responsabilidad que implica y del impacto social que puede producir. No da lo mismo ocuparnos como del bienestar común que no hacerlo. No da lo mismo reflexionar sobre todo aquello que nos define como personas que entretenernos y transcurrir.
Ampliando la respuesta a la pregunta sobre cuál fue el primer signo de civilización que tuvo la humanidad, un fémur cicatrizado permite afirmar que no somos desconocidos el uno del otro, sino que además existieron dinámicas de solidaridad que cuidaban de quienes lo necesitaban.
Hoy nos proponemos aprender a cuidar a quienes necesitan ayuda y quizás no lo sepan o no lo puedan manifestar. Estaremos atentos a la oportunidad que se nos pudiera presentar para sostener, contener y acompañar a quién gestando vida y en su aparente fragilidad nos permite confirmar que somos miembros de una comunidad.
Cecilia Medina
¿Cuál es el primer signo de civilización y como la respuesta se hizo viral? Fernando García Madrid, Cultura, La Vanguardia, 14/10/2020
Margaret Mead, antropóloga y poeta estadounidense, 1901-1978
Margaret Mead y Niles Newton, Browner and Sargent, 1990:221. Aproximación a la antropología de la reproducción. María Isabel Blázquez Rodriguéz. Departamento de Programas de Salud. Escuela Nacional de Sanidad. Instituto de Salud Carlos III, España. Julio-Agosto 2005.
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